23 diciembre 2010

Lectura 24-25 de Diciembre

 Millones de años después de la creación; miles y miles de años después de que aparecieran los primeros humanos; unos 1900 años después de que Abrahán, obediente a la llamada de Dios, partiera de su patria sin saber a dónde iba; unos 1200 años después de que Moisés condujera por el desierto hacia la tierra prometida al pueblo hebreo, esclavo de Egipto;  el año 752  de la fundación de Roma; el año 442 del reinado del emperador César Augusto: El Hijo de Dios, habiendo decidido salvar al mundo con su venida, concebido por obra del Espíritu Santo, transcurridos los 9 meses de su gestación en el seno materno, en Belén de Judá, hecho hombre, nació de la Virgen María, Jesús Cristo.
“Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”.
Alégrense los cielos y la tierra, retumbe el mar y el mundo submarino. Salten de gozo el campo y cuanto encierra, manifiesten los bosques regocijo. Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones.
Por aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, que ordenaba un censo de todo el imperio. Todos iban a empadronarse, así José, se dirigió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, llamada Belén, para registrarse junto con María, su esposa, que estaba encinta.
Mientras estaban ahí, le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, vigilando por turno sus rebaños. Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en ésta ciudad de David, un salvador, que es el Mesías. Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”.
De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”
Tú, Señor, que nos has concedido el gozo de celebrar esta noche el nacimiento de tu Hijo, ayúdanos a vivir según su ejemplo para llegar a compartir algún día con él la gloria de su Reino.
De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.
Celebramos hoy el acontecimiento del nacimiento de Jesús. La alegría invade el corazón de quienes durante este tiempo nos hemos venido preparando para conmemorar este día. Ante el misterio, sólo podemos callar y dejarnos penetrar por esa presencia única que todo lo llena, es Dios presente.
Las buenas noticias alegran la vida de la gente, y esa alegría se manifiesta en palabras de cariño y gratitud entre todos. Hoy nos ha nacido el que colmará todas esas expectativas de libertad y de tiempos mejores.
Aceptemos con humildad las cosas que nos envía Dios del mismo modo que lo hizo la virgen María, pues para entrar en el recinto de Dios se requiere tener el corazón limpio. Eliminemos nuestras diferencias, perdonemos a quienes nos has ofendido y así guiaremos nuestra vida por un camino de paz en el cual entreguemos amor, alegría y comprensión a quienes nos rodean.
Jesús nos dice: “Si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”
Y nosotros respondemos: “Puertas, abríos de par en par; agrandaos portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria”

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